A mediados de octubre del pasado año recibíamos un ejemplar de la novela En el nombre de Roma. El mismo se acompañaba de una dedicatoria del autor: “Amigos de El Libro Durmiente. Espero que disfrutéis del viaje a Roma, sus calles, su grandeza, los personajes inmortales y, sobre todo… sus cloacas”. Los últimos meses del año son un momento de especial actividad para mí, por lo que trato de ser selectivo con los proyectos y lecturas en los que me implico. Tenía un libro de 835 páginas en mis manos y la preocupación por no poder atender cuanto había de acontecerme. En estas circunstancias, lo lógico hubiera sido declinar el ofrecimiento y proponérselo a alguno/a de mis compañeros/as “librodurmientes”. Por alguna extraña razón, tuve la ocurrencia de llevármelo a casa para leerlo “en mis ratos libres”. Ahora, me alegro de haber cedido a ese impulso, pues he tenido la fortuna de disfrutar de una obra mayúscula.
