«Con este libro que recién comienza ahora, entre tus manos, Aníbal alcanza lo que se dejó atrás y se menospreció de todas aquellas lenguas colectivas. Leyendo sus páginas, una se siente en casa, pero no en una cualquiera, sino en un hogar donde no hay órdenes ni archivos por encima de otros, fuera de jerarquías, paternalismos, condescendencias y aleccionamientos». Esto cuenta María Sánchez en el prólogo que da paso al viaje de Aníbal Martín por su querida Extremadura con Yo hablo, ellas cantorin. Un ejercicio de memoria y reivindicación de un patrimonio cultural maltratado.
¿Qué se siente al publicar un ensayo que habla desde tu raíz?
Siento una mezcla de vértigo y satisfacción. El vértigo me lo provoca la obsesión con resultar fidedigno, quiero que mi familia y mis vecinos se reconozcan en sus palabras y disfruten de la lectura. La satisfacción procede de haber saldado una deuda con la cultura heredada, una cultura considerada de segunda, una cultura en ruinas que lucho por dignificar y de la que doy testimonio.
No solo has mirado a tu cuna desde la investigación, sino que también te has mudado a tu tierra. ¿Cómo has vivido todo este regreso?
Sabía que para escribir este libro necesitaba estar aquí, en Extremadura, necesitaba poder acercarme a mi pueblo y a otros pueblos y charlar con la gente, preguntar, escuchar y tomar nota. Además, ese regreso a mis orígenes territoriales y lingüísticos constituye en sí mismo parte de la narración. No es lo mismo estar siempre que volver, y me alegra haber tenido la posibilidad de vivir estos años en lugares como Andalucía, Jordania o Cataluña porque dicha experiencia me ha brindado una visión diferente de mi propia tierra.
¿Cómo se fragua la idea de Yo hablo, ellas cantorin?
Escribí a principios de 2022 un artículo titulado «Mi viaje extremeño por las palabras» en el que narraba, en líneas muy generales, mi acercamiento al patrimonio lingüístico heredado. No obstante, una vez publicado y a raíz de las numerosas preguntas que me llegaron, comprendí que tenía que desarrollarlo más, debía explicar el proceso con más detalle. A esto se le unió el caudal de textos que fui encontrando en diversas modalidades lingüísticas extremeñas mientras me sumergía en la prensa histórica y concebí entonces este libro híbrido: mitad testimonio, mitad antología.
Es un libro que cautiva desde la cubierta. ¿Qué hay detrás de la elección de esa imagen?
Se trata de una foto que ya conocía y me encantaba antes de escribir el libro: «Mujeres de Fragosa con niños» (Venancio Gombau, 1911). La encontré por casualidad en el archivo fotográfico del Centro de Documentación de las Hurdes y me pareció absolutamente apropiada para la cubierta por varias razones. En primer lugar, porque está tomada en las Hurdes, una de las protagonistas indiscutibles de este libro y específicamente en Fragosa, localidad situada en uno de los valles hurdanos donde se utilizaba la forma verbal cantorin, compartida también, dentro de Extremadura, con a fala (en otras zonas extremeñas sería cantarun). Y, en segundo lugar, porque en la fotografía aparecen mujeres, las cuales han conservado mejor el hurdanu, la modalidad de extremeño de la comarca, entre otros motivos, porque los hombres solían tener más contacto que ellas con el exterior (iban a la siega a Castilla y León, realizaban intercambios comerciales con pueblos de fuera de la comarca, etc.) y la diglosia acentuaba la sustitución lingüística.
Como curiosidad, después de tener el título ya pensado, me topé con ese cantorin manuscrito al final de una carta de 1910 escrita en mañegu por el filólogo Federico de Onís (con la ayuda de tres vecinos del pueblo) y dirigida a Ramón Menéndez Pidal. Me resultó muy bonita la casualidad de poder ver esa forma verbal escrita a mano hace más de 100 años.
En este libro se aborda la glotofobia y la minorización. Llevas muchos años haciendo pedagogía a través de todos los canales posibles y llegando a públicos muy diferentes. ¿Qué has sacado en claro en todo este tiempo?
La labor pedagógica me tocó ejercerla, antes que nada, conmigo mismo; desconocía todo el patrimonio lingüístico de Extremadura al margen del heredado directamente a través de mi familia y este desconocimiento provocó que hasta hace no tantos años considerara el hurdanu una modalidad aislada y exclusiva, sin demasiados vínculos con las hablas de otras comarcas extremeñas. Además, tampoco estaba libre de prejuicios. De forma que lo primero que he sacado en claro es que hay que ser paciente con la gente que se ha desarrollado lingüísticamente en entornos diglósicos, glotófobos. La glotofobia procede de una minorización cultural que va más allá de la lengua y que cuesta sacudirse de encima. Combinando esa paciencia con determinación se logra lo que parecía imposible, que cada vez más personas se acerquen al patrimonio lingüístico vernáculo.
En una entrevista para Yorokobu hablas de que una de las razones por las que lenguas minoritarias como el extremeño estén desatendidas puede ser la baja autoestima lingüística. ¿Estamos a tiempo de darle un giro a esto?
Estoy convencido de que sí. He visto obrarse el milagro en mucha gente de mi entorno, he observado cómo han pasado de ocultar los rasgos lingüísticos aprendidos de sus madres y abuelas a exponerlos con orgullo en cualquier conversación. Estamos a tiempo, pero resulta impostergable dado el estado ruinoso de nuestro patrimonio lingüístico. Y mi interés no es revivir lenguas muertas, sino conservar lenguas vivas.
En todo el proceso de escritura, ¿hay alguna cuestión que te haya costado abordar?
Quizá lo más complicado ha sido reconocer sin tapujos mi ignorancia acerca de las modalidades lingüísticas que me rodeaban, mis prejuicios y estigmas y los cambios de percepción acerca de este patrimonio cultural a medida que iba atesorando más información sobre él.
¿Cuál es la mayor alegría que te has llevado?
Pues, por ejemplo, que tras publicar en una red social un poema que aparece en el libro y que pertenece a Siro Luceño —alcalde de Hinojal (Cáceres) en los años 30 del siglo XX— contactara conmigo su bisnieta. Sorpresas como esta se han sucedido a menudo durante los últimos meses y siempre me causan una enorme alegría.

¿A quién le va a encantar este libro?
Por un lado, a todas las personas curiosas, especialmente a aquellas interesadas por las lenguas y, en concreto, por las lenguas minorizadas; y, por otro, a todos aquellos vecinos y vecinas de los pueblos cuyos textos recorren este libro.
¿Cómo expresarías en extremeño la sensación de saber que, a partir de hoy, algún vecino tuyo estará sintiendo reconocida su lengua, su raíz, a través de tu trabajo?
Prazel, atranquiju de vel que la luenga tieni huturu i tamién, craru, una mijina ergullu.