Entrevista a Daniel Cotta, autor «Te cuento y no acabo. El juego de las palabras»

La especie humana es curiosa por naturaleza: nos interesan las vidas ajenas. Las palabras, que están vivas, no iban a ser menos.

Daniel Cotta

¿Qué vamos a encontrar en Te cuento y no acabo?

Encontraremos un pretexto para saciar nuestra malsana curiosidad sobre chismes e historias ajenas. Las víctimas: las palabras. Nos asomaremos a ellas como los paparazzi se asoman a una morbosa exclusiva. Asistiremos al mismo acto de su procreación; veremos cómo crecen, cómo cambian y se hacen adultas, cómo flirtean con otras palabras, unas de su pueblo, otras extranjeras… En fin, cómo llegan a nuestras manos —a nuestros labios— después de una azarosa y, a veces, truculenta biografía.

¿Por qué decidiste escribir este libro? ¿De dónde surgió la idea?

Siempre me han seducido las metamorfosis que la evolución opera sobre las palabras latinas hasta convertirlas en castellanas. Me deja boquiabierto que una voz latina como fenículum acabe diciéndose hinojo en español; o que bajo el término trenza se esconda el número tres. Se me ocurrió entonces construir un libro de etimología distinto a cuantos se hubiesen escrito hasta ahora. ¿Qué lo hace tan particular? Su criterio organizador. En vez de agruparlas según su origen lingüístico o por la regla fonética que rige su evolución, las palabras se agrupan a tenor de criterios mucho menos eruditos: los diez nombres de animales más curiosos; palabras creadas a partir de un error; el porqué de algunos nombres de enfermedades; parentescos impensables entre palabras; palabras que contienen un número secreto en su interior…

¿Qué tiene la etimología que atrae tanto?

La especie humana es curiosa por naturaleza: nos interesan las vidas ajenas. Las palabras, que están vivas, no iban a ser menos. Nos fascinan los secretos que esconde cada vocablo, los prejuicios, los tabúes, las supercherías que encarnan sus significados actuales. Se nos ponen los ojos como platos cuando vemos cuánto ha cambiado una palabra en dos mil años de evolución. Se parecen a esas fotos y programas televisivos en que se nos muestra el antes y el después de un obeso convertido en alfeñique o de una fea que cuatro cirugías, un pelado y un sabio maquillaje transforman en la Venus de Milo.

¿Es tu primera obra sobre lengua española?

Lo es. Antes he escrito novela y, sobre todo, poesía. Podría decírseme aquello de zapatero a tus zapatos, pero en mi defensa alego que nadie ama el lenguaje como un poeta, pues su oficio estriba en escoger las palabras más hermosas, en desechar unas en busca de otras, en hacerlas portadoras de sugerentes connotaciones. Igual que el alfarero ama el barro, el escultor la madera y el herrero los metales, los poetas amamos las palabras por encima de todas las cosas. Por eso nos gusta saber de ellas… y contar de ellas.

¿A quién recomendarías este libro?

No se me ocurre un único tipo de lector. Puede, sobre todo, interesar al lector de a pie, que no se precia de erudito y, con todo, siente curiosidad cuando alguien le dice: ¿A que no sabes de dónde viene la palabra tal? Puede, también, interesar al lector más especializado, incluso al filólogo, pues la exposición de cada etimología, amén de estar sometida al rigor más científico, aporta la novedad de ir aliñada con innumerables dosis de humor y con el apasionado interés narrativo de una intriga cuya solución sólo se revela al final de cada caso, de cada palabra.