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Entrevista a Rafael Sarmentero, autor de «Malasaña chai tea» y «Qwerty Vintage»

«Domingo es un individuo desubicado. Es, citando Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto, «un hombre con un tenedor en una tierra de sopas». No termina de entender el comportamiento de sus semejantes, y tampoco ha pretendido nunca parecerse a ellos. De alguna manera siempre ha seguido su propio camino, lo cual le confiere una gran autenticidad. Bebe té porque, aun en su adopción del papel de detective, se resiste a caer por completo en el cliché del gremio de andar de barra en barra bebiendo whiskies on the rocks».

 

Primero escribiste Malasaña chai tea. La ciudad de Madrid, tal y como la representas en la novela, recuerda un poco al Londres de Conan Doyle o a la San Petersburgo de Dostoievski. Lo urbano tal y como aparece en Malasaña chai tea, ha estado a lo largo de la historia de la literatura en estrecha relación con la novela negra. Domingo, el protagonista, finge ser un detective privado, y una parte considerable de la novela se desarrolla por la noche. ¿A qué responde este retrato grotesco e incluso sórdido de Madrid?

Cualquiera que haya paseado por Malasaña es consciente de que este barrio no es precisamente el Bulevar Saint-Germain de París. Malasaña es cutre, está sucio, y a cualquier hora del día te puedes cruzar con un escritor que te cae mal. Pero el amor tiene menos de «por» que de «a pesar»; y por eso la decadencia de Malasaña nos atrae como nos atrae la decadencia de Tánger: porque sus defectos son parte misma de su esencia. Si fuera más limpia, menos bulliciosa, más ordenada, sería más virtuosa. Pero ya no sería Malasaña.

También llamas la atención sobre el tema de las drogas, lo cual se entiende conociendo las vidas insulsas de los personajes de la novela. En medio de toda esta depravación, Domingo bebe té. Apelas directamente a la dimensión filosófica del té, a la significación de esta bebida en la cultura oriental: en concreto, mencionas El libro del té, de Okakura Kakuzô. ¿Qué significa que Domingo, en medio de la ciudad sórdida en la que vive, beba té, o por defecto, agua? ¿Qué cualidades (redentoras, purificadoras…) atribuyes al té, y en base a qué?

Domingo es un individuo desubicado. Es, citando Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto, «un hombre con un tenedor en una tierra de sopas». No termina de entender el comportamiento de sus semejantes, y tampoco ha pretendido nunca parecerse a ellos. De alguna manera siempre ha seguido su propio camino, lo cual le confiere una gran autenticidad. Bebe té porque, aun en su adopción del papel de detective, se resiste a caer por completo en el cliché del gremio de andar de barra en barra bebiendo whiskies on the rocks.

¿Quiénes son los personajes, en esta ciudad que, más que un ambiente civilizado, parece una jungla oscura?

Aparte del protagonista, está Eva, que es su mejor amiga. Es, en cierto sentido, el amigo varón que él no tiene. No la ve como mujer. Es su confidente y quien siempre está disponible cuando él la necesita. Ella también ha sufrido por un desamor. No tiene reparos en decirle a Domingo lo que piensa y no lo que éste quiere escuchar. También están Uruburu, un detective albino al que le gusta vestir con trajes llamativos; Irene, la exnovia de Domingo: una loquita; Sofía, la misteriosa amiga sorda de Irene. Y luego hay un desfile continuo de personajes singulares: Freddy Samsara, una especie de telepredicador esnob que escribe libros esotéricos; Diana, una compañera de trabajo que le hace tilín al protagonista; Alfonso, un excompañero de las clases de tenis que está convencido de que su mujer lo engaña con otro…

Domingo, el protagonista, es bastante solitario. Su relación con su familia es bastante fría, y aparte de Eva, parece que no tiene a nadie más. Una chica que parece llamarle la atención, Sofía, resulta ser sorda, para más fastidio del lector… Este asunto también aparece en Qwerty Vintage: en esta novela, dos personajes misteriosos hablan a través de un chat. Entre otras muchas cosas, ambos reflexionan sobre la vida en la ciudad. En estas dos novelas tuyas, los personajes parecen aislados. ¿Crees que eso es lo que caracteriza la vida en una gran ciudad como Madrid?

Creo que el gran drama de las relaciones interpersonales es la incapacidad de comunicación. A veces el problema es no poder hablar, y a veces es poder hablar pero no ser comprendido. En las grandes ciudades se pierde la posibilidad de que dos desconocidos coincidan con la suficiente frecuencia como para que pasen a ser conocidos. Además, las distancias impiden que los encuentros entre amigos se produzcan con la asiduidad deseada. Madrid, como en toda gran ciudad, adolece de estos inconvenientes. Lo más parecido a una solución que he encontrado es transitar habitualmente el mismo barrio, en este caso, Malasaña, y quedar allí siempre que alguien me propone tomar algo. ¿Es egoísta hacerlos venir siempre a ellos a mi territorio? Bueno, como bien dijo mi amigo el músico Carlos Galán, «Yo estoy en el sitio correcto; son los demás los que viven en el lugar equivocado».

En el transcurso de la conversación que mantienen los personajes de Qwerty Vintage, van descubriéndose los trapos sucios de ambos. ¿Qué significa que dos extraños se sinceren, al menos en apariencia, el uno con el otro?

Todo el mundo tiene el deseo de ser escuchado. Unos necesitan dar con la persona adecuada para abrirse, y otros están dispuestos a contarle su vida al primero que llega.

En Qwerty Vintage pareces conjugar los elementos clásicos del thriller psicológico (un crimen sin resolver, personajes misteriosos, escurridizos, que no terminan de inspirar confianza en el lector) y otros nuevos, propios de nuestro tiempo: Internet.

Un chat es un escenario muy propicio para un thriller. A fin de cuentas, en un chat uno nunca está seguro de con quién está hablando.

Al asesino del chat le diferencia una cosa: no busca notoriedad. Parece guiarse por el principio de que, por usar tus palabras, “el nombre no eclipse la obra de uno”. ¿Qué más puedes decirnos de este peculiar asesino, que ha entendido las ventajas del anonimato?

Ese anonimato que el asesino reclama para sí es también, paradójicamente, una forma de notoriedad. No busca que se le reconozcan sus crímenes de manera personal, pero sí que se reconozca esa figura anónima del asesino que perpetró esos crímenes. Permanece anónima la persona, pero no la figura abstracta que representa al asesino.

Cuando, al final de la novela, queda resuelto el caso del asesino del chat, haces una reflexión en torno al arte y la obra acabada. ¿Qué significa que “la poesía – o lo que es lo mismo, el arte – sea en definitiva una sorpresa”?

El artesano hace lo que sabe hacer; el artista lo averigua. Un artesano sabe hacer cestas y hace cestas. Un artista, por contra, es una especie de científico plástico que tiene más preguntas que respuestas y que, por ello, no deja nunca de buscar. El espectador, por su parte, no se emociona cuando la obra es tal y como la esperaba. Puede reconocer que la técnica es buena, pero para que pueda experimentar el arte en su verdadera medida es preciso que a su cerebro le den gato por liebre; que se encuentre con lo inesperado.

¿Qué crees que suponen los chats online en la interacción humana?, ¿crees que entraña algún tipo de peligro? Yendo más a lo concreto… ¿Qué opinión te merecen las aplicaciones para chatear online, para conocer gente?, ¿crees que están estigmatizadas o, por el contrario, cada vez más normalizadas?

Hoy están absolutamente normalizadas. No tengo nada en contra de estas herramientas, pero a mí no me gustan. Creo que ligar es un juego, y usar herramientas como Tinder es como jugar contra niños pequeños o como empezar el partido con cinco goles de ventaja: no tiene la misma gracia. Cuando uno liga en la calle, no sabe lo que va a pasar. No sabe si la mujer en cuestión le va a dar una mala respuesta, si su novio va a regresar en ese momento del cuarto de baño… Uno tiene que ir allí con toda su cara dura, decirle algo a la mujer, y tratar de crear algo de la nada. Sin embargo, con herramientas como Tinder, uno ya queda con cierto camino recorrido. Supongo que la diferencia es algo así como la que hay entre salir a pescar en un pesquero por Alaska, o con una caña en un barreño.

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