Quizá alguna vez te hayas preguntado por qué la RAE incorpora algunas palabras o acepciones a nuestra lengua, ya sea porque consideres que no están bien dichas o simplemente porque suenan mal a la hora de pronunciarlas. Hoy nos adentraremos en este problema que cada día tenemos más presente por la constante adaptación y renovación de nuestra lengua. Palabras como «asín» o «arremangarse» quizá nos chirríen a la mayoría, pero están incluidas y recogidas por la RAE. ¿Por qué?
Antes de nada, conviene repasar cuál es la verdadera función de la RAE, pues la mayoría tiene una idea poco correcta o acertada. La Real Academia Española tiene la principal tarea de incluir y registrar palabras y expresiones utilizadas por los hispanohablantes, no de admitirlas. Si se detecta una palabra o expresión utilizada con frecuencia por un gran número de hablantes, la RAE tiene el deber de incluirla en nuestro diccionario. No olvidemos que lo fundamental es que todos podamos comprender a la perfección cualquier palabra que utilicen los hablantes de nuestra lengua con regularidad, por lo que frecuentemente incluyen expresiones o términos que a simple vista parecen incorrectos, pero son utilizados. De esta forma, cada vez que se actualiza nuestro diccionario, la RAE debe incluir las expresiones y palabras más utilizadas que no se encuentren aún recogidas o, en otros casos y en su defecto, adaptaciones de una palabra concreta porque sus hablantes la pronuncian o emplean de otra forma distinta a la que se había recogido inicialmente.
Ahora que hemos refrescado un poco cómo funciona la labor de nuestra querida RAE, veamos unos ejemplos de todo esto:
- ASÍN: La RAE recoge este término como vulgarismo del término «así». En este caso, se incorpora esta palabra por su recurrente uso en determinadas zonas de España, aunque teniendo en cuenta las normas de acentuación de la lengua.
- ARREMANGARSE: «Recoger hacia arriba una prenda de vestir o una parte de una prenda de vestir, especialmente las mangas».Ocurre lo mismo que con «asín»: se incluye por el uso frecuente que hacen los hablantes en sustitución del término «remangarse».
- OTUBRE: Es probable que alguna vez hayas oído a alguien nombrar al mes de octubre sin la «c», sobre todo si la conversación es muy rápida. Es una forma válida para nombrar al décimo mes del año, frecuentemente utilizada por algunos hablantes. De hecho, ocurre lo mismo con «septiembre» y su curiosa, pero válida expresión: «setiembre».
Términos como estos son un gran ejemplo de la verdadera labor de la institución encargada de recoger las palabras de nuestra lengua, pues no se dedica a cuestionarlas, sino a adaptarse al hablante (y no el hablante a ella). Alberto Gómez Font, escritor y lingüista reconocido por ser miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, ha tratado en profundidad este tema y explica, en uno de sus títulos más interesantes (Errores correctos: mi oxímoron), cómo la lengua es un ser vivo que se va adaptando a las necesidades de los hablantes. Y no solo eso, sino que se encarga de recoger una inmensa colección de palabras y expresiones que fueron censuradas durante años y hoy ya forman parte de la norma culta. Además, si te interesa el tema de las palabras y expresiones aparentemente mal dichas o pronunciadas del español y todas sus curiosidades, así como conocer su historia y ubicación, te recomendamos fehacientemente la obra Como dicen en mi pueblo. El habla de los pueblos españoles. En este libro se abordan numerosas curiosidades sobre este tema como: ¿por qué suena mejor «pringao» que «pringado», pero «Estado» que «Estao»? ¿Es realmente peor decir «asín» en vez de «así»? Puedes encontrarlo en nuestra colección de Tinta Roja, además de otros títulos relacionados con más curiosidades de nuestro idioma.
«Quien se atreva a decir que una palabra no existe o está desequilibrado o no se entera de lo que se está hablando. Es como si a mí me ofrecen una fruta que no conozco, y cuyo nombre no está en los diccionarios, y afirmo que esa fruta no existe».
Por otro lado, también puede ocurrir que la RAE incluya palabras que empleamos de otras lenguas, pero adaptándolas a nuestra gramática. De igual forma, quizá nos chirríen a la hora de escribirlas, pero conviene estar al tanto de su correcta grafía:
- GÜISQUI: Tal y como te puedes imaginar, esta es la forma correcta de escribir el término anglosajón whisky, que empleamos con cierta recurrencia en nuestro idioma. Aunque la mayoría podamos preferir escribirlo en inglés, sería incorrecto a los ojos de nuestra lengua sin el uso del mismo en cursiva.
- BLUYÍN: Probablemente sea una de las incorporaciones recientes con mayor cambio a la hora de su adaptación al castellano de un término anglosajón. Por si aún no sabes a que nos referimos con este término, es la adaptación de «Blue Jeans». Como vemos, la palabra se ha formado tomando la pronunciación literal del inglés, adaptándola a las reglas de acentuación y suprimiendo la «s» que indicaría el plural.
- ÓRSAY: Esto va para todos esos amantes del fútbol que quizá haya escuchado alguna vez emplear este término a algún comentarista, pues esta es la forma correcta de escribir lo que todos conocemos como fuera de juego en inglés: Offside. En este caso, ni si quiera se ha adaptado con fidelidad a su pronunciación. Tan solo se ha respetado su sílaba tónica para asemejarse más al original, pero queda muy lejos de lo que podemos concebir como el ideal de adaptación.
Por tanto, es una realidad que existen términos que pueden chirriarnos a una inmensa mayoría a la hora de escucharlos o escribirlos, pero siempre conviene conocer qué es lo que acepta nuestra lengua como correcto o válido, pues solo así podemos criticar lo que nos parece incorrecto. No olvidéis que, en conversaciones informales, como la que se puede tener en un bar o escribiendo en redes sociales para un amigo, empleamos mucho más el lenguaje relajado. Es por esto que deberíamos pensar en cuál es la mejor opción: regañamos a los demás por emplear estos vulgarismos y censuramos palabras o expresiones o quizá sea mejor no tratar de limitar el lenguaje de los hablantes. En otras palabras, ¿debemos controlar e influir en la lengua o dejamos que sea la lengua la que influya en nosotros? ¿La lengua es una herramienta óptima para la comunicación o hay veces que nos limita con obstáculos como sus normas o reglas? Alberto Gómez Font reitera que la lengua aprieta con corsés que solo sirven para incomodarnos y para que los puristas los usen como armas arrojadizas contra los que hablamos relajado. En Hablemos asín se defiende la idea de que es siempre el hablante, y no la RAE, el que tiene el derecho a decidir si una palabra existe o no. Con sus propias palabras: «quien se atreva a decir que una palabra no existe o está desequilibrado o no se entera de lo que se está hablando. Es como si a mí me ofrecen una fruta que no conozco, y cuyo nombre no está en los diccionarios, y afirmo que esa fruta no existe».
Y tú… ¿qué piensas? Ahora te toca juzgar como hablante si estos términos te parecen correctos o bien adaptados en cada caso, pues tienes el poder de cambiarlos o conservarlos en nuestra complicada y sofisticada lengua.