Reseña de «El animal más vivo»

Se abre el telón: la Puerta del Sol de Madrid está en llamas. Alguien le ha pegado fuego al escenario donde hace diez años tuvo lugar el 15 M. Justo hoy, el día de su décimo aniversario: la noche del 15 de mayo de 2021. ¡Admirad la belleza, malditos! ¡No os indignéis! ¡Admirad «la estética del desastre, la manera elegante que tiene Madrid de arder»!

Enfundado en su gabán y en unos bonitos zapatos –pura pose, pura extravagancia estética– el protagonista de El animal más vivo deambula por las calles incendiadas de Madrid. Es un flâneur, es un dandi, y pasa las horas ocupado en no tener ninguna una ocupación estable. Antonio Rüdiger, junto con los otros siete personajes que conforman esta novela coral, reflexionan sobre su vida y se mueven por Madrid en solitario, como si habitaran ciudades distintas. No hay en ellos un espíritu gregario, asambleario; no conversan unos con otros como hacían los antiguos en el ágora o en el foro. No tienen ninguna gana de intimar, salvo en contadas ocasiones; si acaso un rato, en algún bar, empinando el codo con algún frizzante. Se lamen a solas las heridas, como animales retirados. Les une su historia y las llamas de una ciudad que, en el fondo, jamás ha dejado de arder. Que ardía mucho antes del incendio. También ellos arden, los ocho personajes, hermanados con la ciudad flamígera: en lugar de lengua, guardan entre los dientes una llama. Erupcionan. Comparten el mismo tono ahogado y poético. La misma torpeza. La misma velocidad. La misma lava. Todos se mueven en un mismo registro trágico, fingido y circular. En un mismo escenario. Todos hablan para el cuello de su gabán de tweed, entonan un soliloquio y toman pacíficamente la ciudad. Todos menos uno, que prende fuego a uno de los pulmones simbólicos de Madrid. Pero no es ningún pirómano. No es ningún Nerón. Tan solo pasaba por allí. No era esa su intención… Sin embargo, el resultado es bellísimo.

El animal más vivo es un ejercicio de pirotecnia. Una novelita en llamas. Puro teatro. Puro artificio. Pura elegancia. ¡Admirad cómo arde la ciudad, malditos! ¡Observad cómo resplandece la Domus Aurea!